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Victor Jara, ‘Manifiesto’, 1973 (Tercera parte) | 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta | Dorian Lynskey
La mañana del 11 de septiembre, Joan Jara se despertó con las noticias de extraños movimientos de tropas en Santiago. Y Víctor y ella escucharon la emisión de despedida de Allende, en que agradecía su apoyo a los oyentes. «La historia nos pertenece —prometió—, porque es la gente quien la hace». Luego la señal se interrumpió; los militares habían cortado todas las transmisiones de las emisoras favorables a Unidad Popular y ya sólo se escuchó música marcial. Más tarde, una voz interrumpió la música para anunciar que Allende tenía hasta mediodía como límite para abandonar su cargo. Mientras sus vecinos progolpistas le lanzaban insultos rastreros, Víctor acudió a su trabajo en la Universidad Técnica, tras prometerle a su esposa: «Volveré tan pronto como pueda».
Seguir leyendo Victor Jara, ‘Manifiesto’, 1973 (Tercera parte) | 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta | Dorian LynskeyVictor Jara, ‘Manifiesto’, 1973 (Segunda parte) | 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta | Dorian Lynskey
Los meses anteriores a la elección, la consternación por las pretensiones de Allende de hacerse con la presidencia en su cuarta intentona no se limitaba a las élites del país. En Washington, Henry Kissinger echaba humo: «No veo por qué debemos cruzarnos de brazos y ver cómo un país cae en manos del comunismo por la irresponsabilidad de su propia gente». En marzo, el «Comité de los 40» de Kissinger, un grupo concertado del Congreso, autorizó los primeros pagos a los adversarios políticos de Allende, dando así a entender que si Estados Unidos no podía impedir la victoria de Allende, se dedicaría a desestabilizarlo una vez asumiera el cargo.
Las elecciones fueron terriblemente reñidas. Los grupos de campaña rivales, las «brigadas», tapizaron las calles de Santiago con eslóganes opuestos en favor de Allende, del democristiano Radomiro Tomic y del derechista Jorge Alessandri del Partido Nacional. Los defensores de la Unidad Popular se enfrentaron a la policía y a los paramilitares fascistas. Cuando el manifestante de 18 años Miguel Ángel Aguilera murió a manos de aquéllos, Jara lo homenajeó con el tema El alma llena de banderas. También escribió una nueva letra para el tema de campaña de Allende, Venceremos. El día de las elecciones, 4 de septiembre, casi un millón de seguidores de la Unidad Popular lo cantaron por las calles de Santiago.
Mientras se procedía al recuento, se hizo evidente que la derecha había cometido un error estratégico fatal. Al abandonar a los democristianos por su enfado con Frei, habían dividido el voto anti-Allende, brindando así al líder socialista una victoria ajustadísima, pero victoria. Sin embargo, de acuerdo con la ley chilena, un candidato ganador con una mayoría relativa debía ser confirmado por el Congreso. Circulaban rumores de que los democristianos anularían el voto popular y respaldarían a Alessandri e incluso de que iba a intervenir el ejército para frenar a Allende. La delegación de la CIA en Santiago recibió un cable de la sede en Langley, Virginia: «La línea a seguir es firme y sin enmienda, que Allende sea derrocado por un golpe».
La derecha chilena cumplió con su parte. Para avivar el miedo a la escasez y al desplome económico, los empresarios cerraron sus fábricas, retiraron sus ahorros e indujeron una caída del valor de las acciones. Los votantes de la Unidad Popular respondieron con masivas manifestaciones en favor de Allende. Todo el país parecía estar aguantando la respiración. El 22 de octubre, dos días antes del voto del Congreso, en un intento de secuestro por parte de jóvenes golpistas, el general Schneider murió por los disparos de aquellos muchachos. Su asesinato arrojaba una sombra siniestra sobre la decisión del Congreso: los democristianos decidieron acatar la voluntad de los votantes y Allende se trasladó al Palacio de la Moneda el 3 de noviembre. Durante uno de los discursos de la victoria, apareció ante una pancarta que rezaba: «No habrá revolución sin canción».
Con todo, ya desde el primer día, aquella victoria andaba coja, asediada por fuerzas hostiles tanto internas como foráneas. Allende no era el monstruo marxista que sus rivales habían pintado, pero no dudó en llevar adelante sus políticas izquierdistas: disolvió al Grupo Móvil, entabló relaciones con Cuba y China, nacionalizó minas y bancos y recortó millones de dólares en «ingresos extraordinarios» de las compañías de cobre extranjeras. Estados Unidos replicó reduciendo sus ayudas e inundando de cobre el mercado internacional a fin de perjudicar las exportaciones chilenas. La prensa derechista, financiada secretamente por el Comité de los 40, procedió con su campaña para aterrorizar a la población.
El sucesor de Schneider como comandante en jefe, el general Carlos Prats, reafirmó el compromiso del ejército de respaldar al gobierno legítimamente elegido, pero ¿por cuánto tiempo? En todo el continente, los trabajadores contemplaban al gobierno de Unidad Popular como un hito de progreso, en tanto que el mundo del capital lo veía como un cáncer peligroso que debía extirparse del cuerpo político antes de que hubiera metástasis. Allende podía sentar precedente: la probabilidad de que otros países siguieran esa misma línea dependía de si su gobierno se mantenía o caía.
Para Jara y sus amigos, la etapa de gobierno de Allende fueron tiempos de celebración turbada por la ansiedad. «La gente creía que el paraíso estaba a la vuelta de la esquina —recordaba el antiguo aliado de Allende Marco Antonio de la Parra—. Hubo un estallido de pasión, una borrachera de ideas… Pero también se respiraba violencia, una sensación de que todo podía venirse abajo. Sufrimos el impacto calamitoso de una era utópica».
Jara escribió varias canciones en las que celebraba la nueva era y ensalzaba a los pobres (La población era un álbum conceptual sobre la vida campesina), a la vez que no se arrugaba a la hora de azuzar a la derecha. Las casitas del barrio alto, su versión de Little Boxes de Malvina Reynolds, convirtió una sátira amable en un ataque demoledor contra las élites ricas que aprobaban el asesinato de Schneider. Por entonces emergieron incontables grupos musicales (Quilapayún se multiplicó como la hiedra con subgrupos como Quila I, Quila II, etcétera) y cada nuevo acontecimiento político generaba su canción correspondiente, quizá no siempre buena. «Algunas eran divertidas, otras divulgativas y, por tanto, quizá útiles, algunas satíricas, pero muchas eran simplemente aburridas y musicalmente anodinas», escribió Joan Jara. La oposición también encargó sus propias composiciones anti-Allende.
Fue la ferocidad de las fuerzas de la oposición lo que permitió a Jara preservar el dejo radical, a pesar de su estrecha cercanía con el presidente. Se hace difícil imaginar a un cantante protesta estadounidense componiendo la sintonía de la cadena de televisión nacional, tal como hizo Jara para Canal 7, pero incluso detentando la presidencia el gobierno de la Unidad Popular se antojaba una administración rebelde. Por su parte, la oposición derechista contaba con dinero (incluyendo ocho millones de dólares cedidos por la administración Nixon) y con las empresas de comunicación. La derecha empezó a organizar manifestaciones para difundir el temor por la escasez de alimentos y, en 1971, mujeres de clase media desfilaron aporreando cacerolas en la «marcha de las cacerolas vacías». El eslogan de la oposición era «acumular rabia» y sus tropas de choque eran la milicia fascista Patria y Libertad.
Lamentablemente para Allende, las guerrillas marxistas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) respondieron a las actividades de Patria y Libertad con su propia violencia. En julio de 1971, un grupúsculo radical escindido, Vanguardia Organizada del Pueblo, asesinó al exministro del Interior Zucovic, un asesinato que algunos trataron de endosarle al autor de Preguntas por Puerto Montt. La Unidad Popular se vio comprimida entre extremistas de ambos bandos, a la vez que se veía impelida más a la izquierda por los militantes. Deseoso de mejorar las condiciones de vida, el gobierno rebajó en exceso los precios y subió los salarios, ocasionando así un estancamiento de la economía.
Al final, la escasez de comida dejó de ser un miserable rumor, consecuencia de la huelga de camioneros, impuesta por los empresarios más que por el sindicato, que bloqueó los suministros de bienes esenciales en octubre de 1972 y provocó colas en los comercios y racionamiento. La crisis se cerró con la designación del general Prats como ministro del Interior, garantía de una calma relativa hasta las elecciones parlamentarias del siguiente mes de marzo. En cualquier caso, el poeta chileno Pablo Neruda habló por muchos de sus conciudadanos en diciembre cuando celebró su reciente Premio Nobel en el Estadio Nacional y expresó su temor de una guerra civil inminente.
El día de Nochebuena, Víctor estaba sentado con su mujer Joan en el exterior de su casa cuando le dijo: «Este año será crucial, mamita. Me pregunto dónde vamos a estar la Navidad que viene».
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La campaña de las elecciones parlamentarias se desarrolló bajo la banda sonora de las canciones militantes de ambos bandos. La oposición incluso se apropió descaradamente de la melodía de El hombre es un creador, de Jara, para un anuncio televisivo con el eslogan Allende = caos. Jara hizo campaña incansablemente por la Unidad Popular, pronunció discursos y cantó. El partido se llevó más del 40% de los votos, desbaratando los intentos de la oposición de apartar a Allende por medios democráticos y acelerando sus planes para recurrir a medios alternativos.
Una sensación de crisis se cernía sobre Chile como un nubarrón. Tras las elecciones, Patria y Libertad lanzó una nueva campaña de violencia callejera anunciada en los muros con las iniciales S. A. C. O., Sistema de Acción Cívica Organizada. En más de una ocasión, Jara escapó por los pelos de ser aporreado por cuadrillas fascistas, y en su trayecto diario al trabajo debía sortear los enfrentamientos entre alborotadores y policías. «Trabajábamos bajo un trasfondo sonoro de griterío callejero, ruido de cristales rompiéndose, el estallido de las granadas de gas lacrimógeno», escribió Joan Jara. Víctor grabó una canción antifascista con Inti-Illimani, Vientos del pueblo, en la que flagela a «los que hablan de libertad / y tienen las manos negras».
La impaciencia de las fuerzas armadas se intensificó por la extendida convicción (que resultó enormemente exagerada) de que las milicias izquierdistas estaban reuniendo armas y preparándose para una revolución marxista. Cundía una rumorología febril sobre una conspiración de Allende para asesinar a los oficiales conflictivos —el llamado plan Z—, aunque no existen pruebas de que dicho complot fuera cierto. En junio, un regimiento de carros de combate amotinado dirigió sus cañones hacia el Palacio de la Moneda en una intentona de golpe. De nuevo, el general Prats fue el héroe del momento al enfrentarse personalmente a los tanquistas para ordenar a los conspiradores que se rindieran, pero sólo logró posponer su asalto al poder. Los democristianos desecharon la última tentativa desesperada de Allende para tratar de ganarse su respaldo vital, en tanto que los golpistas en el seno de las fuerzas armadas tramaban deshacerse de Prats y de sus leales constitucionalistas, uno de los cuales, el comandante de navío Arturo Araya, fue asesinado en julio. Otra huelga inducida por los empresarios, mejor concertada que la de octubre, paralizó la economía, coincidiendo con una nueva oleada de sabotajes de los paramilitares. «La tarea es ingente —escribió Prats en su diario—. La huelga de camioneros prosigue, como la de los propietarios y los gremios; se extiende el terrorismo […] el diálogo entre el gobierno y el Partido Cristiano Demócrata ha fracasado por el momento. El país está cansado».
El 22 de agosto cayó la última pieza del dominó cuando la Cámara de Diputados instó a los militares a apartar a Allende; Prats, consciente de que ya no contaba con la confianza de sus oficiales, dimitió del ejército y del gobierno. Su reemplazo fue un militar de manual —austero, puntual, disciplinado, incansable—, al que se presumía leal a la Constitución pero que nutría un odio profundo por el comunismo: el general Augusto Pinochet.
El 3 de septiembre, los atemorizados defensores de Allende celebraron el tercer aniversario de su elección con una manifestación masiva, el último gesto de amor por un gobierno moribundo. El matrimonio Jara fue avisado de que debía hacer planes para huir cuando sucediera lo peor, pero Víctor decidió quedarse y luchar. De modo inesperado, su último álbum fue el menos politizado, se trataba de una colección de osadas canciones campesinas llamada Canto por travesura. «Nosotros los chilenos somos gente jovial con gran sentido del humor —explicó—. Y necesitamos recordarlo». Estaba programado para salir en septiembre, pero no fue más allá de la impresión. Jara también había grabado algunas canciones para su próximo álbum, que se compiló de manera póstuma. En el tema que lleva el título del disco, Manifiesto, Jara explica por qué canta, emplazándose, como Pete Seeger, ya no como estrella sino como vehículo para el mensaje: «Que el canto tiene sentido / cuando palpita en las venas / del que morirá cantando». La interpretación es tremendamente triste: suena como un adiós.
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(Continuará…)
Esta crónica periodística es producto de la investigación que realizó Dorian Lynskey; aparece en el libro 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta, publicado en inglés en 2011 y traducido por Miguel Izquierdo en 2015 cuya publicación se dio en la editorial Malpaso.
Dorian Lynskey. Nace en Reino Unido en 1976. Es periodista musical de The Guardian y escritor especializado en la intersección entre cultura popular y política. Ha colaborado también con The Observer, GQ, Q, Empire, Billboard y The New Statesman. Es el presentador del popular pódcast sobre el Brexit Remainiacs. Es autor de The Guardian Book of Playlists (Aurum, 2008), una colección de sus populares columnas «Readers Recommend» escritas para The Guardian, y presentó el pódcast Oh God, What Now?
Texto tomado de la versión digital del libro 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta. Traducción de Miguel Izquierdo. Edición de Malpaso, 2015. Fotografía: Internet. Todos los derechos reservados para los editores del libro. Su publicación se hace sin fines de lucro y como promoción a la lectura.
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Victor Jara, ‘Manifiesto’, 1973 (Primera parte) | 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta | Dorian Lynskey
Un hombre que morirá cantando: Víctor Jara, Manifiesto, 1971
Corría el verano de 1971 cuando Phil Ochs decidió que necesitaba visitar Chile. Los años anteriores, desde la debacle de Chicago y la elección de Nixon, no habían sido fáciles para él. Deprimido e incapaz de escribir, bebía muchísimo y engullía váliums como caramelos. Se juró que visitaría todos los países del mundo antes de su muerte, un suceso que estaba seguro que sería prematuro.
Cuando empezó a leer acerca de los acontecimientos ocurridos en Chile, le picó la curiosidad. En el mes de noviembre, Salvador Allende se convirtió en el primer jefe de estado marxista democráticamente elegido en todo el mundo, lo que supuso una inspiración para todos los izquierdistas del planeta. Ochs sugirió un viaje a su habitual compañero de aventuras, Jerry Rubin, quien a su vez invitó a Stew Albert. El trío aterrizó en Santiago en agosto y se embarcó en un largo periplo para documentarse, a lo largo del cual visitaron «junglas, minas, grutas, fábricas, canchas de baloncesto, estudios de cine y televisión, redacciones de periódicos, el desierto…». La mañana del 31 de agosto, andaban paseándose por Santiago cuando divisaron a un hombre guapo de cabello rizado que sostenía una guitarra y charlaba con una mujer. Rubin se les acercó y descubrió que se trataba del cantante folk Víctor Jara y de Joan, su esposa inglesa.
Seguir leyendo Victor Jara, ‘Manifiesto’, 1973 (Primera parte) | 33 revoluciones por minuto. Historia de la canción protesta | Dorian LynskeyVíctor Jara, a cincuenta años de su asesinato | Armando Pacheco
Serían los inicios del siglo XXI cuando tuve mayor atención a las letras de Víctor Jara. Conseguí un disco de vinil donde se consignaban varias composiciones que estarán hasta mi muerte en la memoria: Manifiesto, El arado, El derecho de vivir en paz, El aparecido y Con el alma llenas de banderas; posteriormente llegarían, con la interpretación del cantautor chileno, Te recuerdo Amanda, Plegaria de un labrador y Vientos del pueblo. Ya antes, a mis dieciséis años de edad, había conocido algunas a las que poco interés le puse, tal vez porque aún no llegaba el momento de la rebeldía.
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Durante más de ciento cincuenta años la familia Schroll había estado instalada en Tanbendorf, siendo generalmente respetada por sus conocimientos y sus refinados modales por encima de lo habitual en su condición. Su actual representante, el baile Elias Schroll, había sido muy aficionado a la literatura en su juventud, pero en los últimos años, por amor a su patria, había regresado a su ciudad natal, donde gozaba de gran crédito y estima.
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